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«Un guerrero siempre lleva cicatrices y una historia que contar…»
He tenido la oportunidad de dialogar con veteranos de guerra, y entre lágrimas y sonrisas me han compartido la historia que encierra cada cicatriz de su cuerpo, que en su momento fueron dolorosas heridas que con el tiempo han sanado. Mientras los escuchaba, pensaba como de alguna u otra forma, todo ser humano va por la vida librando batallas que nos producen heridas que deberían ser sanadas.
Mi nombre es Francisco, soy un joven maduro que por gracia divina recibí el regalo del sacerdocio. Aprendo todos los días a vivir en plenitud la misión que he recibido de parte de Dios. En este camino de descubrimiento vocacional y humano, me he dado cuenta que tengo algunas heridas internas que trato de superar con la ayuda de Dios y un acompañamiento muy profesional. Estoy convencido de que Dios nos invita a ser parte de su gran proyecto amoroso de salvación, teniendo en cuenta nuestras virtudes, pero también las carencias que forman parte de los retos por ser cada día mejores. El abrazo de Dios siempre se nos da así: con lo bueno que tenemos y lo malo que tratamos de superar.
Desde una decisión que surgió en mi diálogo confiado y sencillo con el Señor Jesús, quién me llama a serle fiel; quiero ofrecer mi testimonio de vida, que lejos de ser un motivo de escándalo para quién lo lea, me gustaría ser motivo de cercanía y acompañamiento para quién quiere vivir su vida con la paz de resolver esos episodios de vida que duelen y no dejan avanzar.
Para sanar heridas, el primer paso se encuentra en la posibilidad de tomar una decisión personal para que esta sea sanada. Desafortunadamente, muchos mueren frustrados por no ver sanar sus heridas. Se piensa que otras personas o “algunas circunstancias mágicas” vendrán a solucionar sus dolorosas y profundas experiencias negativas. Sin embargo, nadie tiene la llave de acceso a la solución sino cada uno. Es cierto que somos personas que necesitamos de la compañía del otro, pero esto sólo se hará posible si nosotros queremos ser sanados.
A nivel personal, yo mismo descubrí en mí, profundas y dolorosas heridas. Fui un niño maltratado psicológica y sexualmente. Mi mayor tristeza siendo pequeño, fue el hecho de no tener amigos con los que jugar fútbol y comer chucherías. Crecí con la carencia de la cercanía paterna y con la “absurda idea” de no conectar con todo cuanto me rodeaba. Era más fácil para mí, encerrarme en un frío y horrible armario que me invitaba a seguir la ruta compulsiva de cumplir con las expectativas de otros. Me volví una víctima pasiva, vulnerable, temerosa y aislada. Perdí la alegría de vivir, me deprimía con frecuencia; hasta que un día tomé conciencia de una voz que me decía con delicadeza: “así no se vive, así sólo se puede morir”.
La falta de una figura paterna y la excesiva referencia al género femenino fue creando en mí una confusión muy profunda a nivel de identidad sexual. Como casi era lógico, terminé por no lograr la integración de mi masculinidad a mi propia identidad. Mi trabajo de Coaching de Identidad me ha brindado la posibilidad de entender que el objetivo que persigo es el de desarrollar un sentido interno de propiedad y autoconciencia. El ser llamado por Dios al ministerio sacerdotal, incluso con estas circunstancias de vida, y por el amor que profeso a mi Iglesia, me han motivado para trabajar las cuestiones no resueltas en mi vida y que me habían hecho creer, que no podía hacer nada en contra de mi tendencia. Creo profundamente que “nadie ha nacido homosexual”. Esta es la idea injustificada que nos han vendido por miedo a no interpelar las heridas de nuestra historia personal.
No todo mi camino de Coaching de Identidad ha sido fácil ni feliz, el dolor es siempre parte de la curación. El primer sentimiento que experimenté al tomar la decisión de trabajar mi sexualidad mal encaminada fue de libertad, pero inmediatamente después se hizo presente un profundo temor a dejarme ayudar, esto fue acompañado por una fuerte desesperación. Pero nada de ello se compara a la paz, la seguridad y la satisfacción de encontrar tu propia identidad.
Siguiendo con el tema de las heridas, estoy convencido de que cada una de las heridas que pudiéramos tener, siempre tienen la grandiosa posibilidad de ser cicatrizadas. La cicatriz que surgió a propósito de mi lucha por mi identidad, ahora la contemplo como un símbolo de una lucha que puede ganarse.
Con mucha frecuencia, al pensar en estas heridas que el ser humano tiene, pienso en las heridas que vivió en carne propia Nuestro Señor Jesús a lo largo del Calvario, y como si eso fuera poco, vinieron luego esas enormes heridas que produjeron los clavos que lo sostuvieron en la cruz y la que produjo esa lanza atrevida en su costado. Lo más especial fue que esas llagas producidas por la maldad humana, fueron curadas por su mismo Padre. Sus cicatrices glorificadas, nos invitan a ofrecer nuestras propias heridas para que se conviertan, como sus cicatrices, en un signo eficaz de que hemos sido curados y redimidos.
Detrás del procedimiento de la curación de una herida hay una historia que contar, pero no será escuchada si no te atreves a vivir la vida con plenitud, ten en cuenta que esta es única e irrepetible y puede que sea breve, pero al mismo tiempo puede ser eternizada en esa lucha por conseguir que nuestras heridas cicatricen. Creo que alguien convencido de que tiene un proyecto de vida no cometería la osadía de abandonar el poder de vivir con entereza su vida misma.
Si descubres que en ti hay una herida como la mia, la opción no será seguir parámetros en contra de tu conducta que no deseas en ti, como lo es un arrepentimiento frustrado y no asimilado, baños de agua fría o el adoptar una actividad que te mantenga ocupado. Se trata de encarar las heridas, admitir que hay cosas dentro que están rotas y que con paciencia pueden volver a unirse. La decisión más sensata y sanadora será la de volver tu mirada hacíael niño vulnerableque hay en ti y reclamar la masculinidad que te corresponde. De esa manera, dejarás a un lado la vergüenza de no aceptar y no dar el perdón a quien fuera necesario darlo.
No sé quién eres, cómo te llamas o dónde vives, pero si experimentas estos sentimientos, sé muy bien lo que estás viviendo en este momento, así que cuenta incondicionalmente con mi compañía espiritual. Te animo a que hables de esto con Dios, que siempre está dispuesto a escuchar. También será preciso que seas honesto contigo mismo, confíes en ti, reconozcas tus heridas, te dejes ayudar y vivas con la plenitud de tener contigo lo que siempre te ha pertenecido y nada ni nadie te puede arrebatar: tu masculinidad.