Share This Article
Retomando lo que os contaba hace unas semanas, me quedé en mi primer encuentro con Elena. Lo cierto es que iba al 50%, mitad curiosidad, mitad esperanza.
Curiosidad por ver cómo alguien iba a entender mi situación y cómo podría arreglar todo el desbarajuste que tenía en mi vida. Uno siempre se cree que es el único y que nadie es tan complicado como uno mismo. El tema a tratar en Coaching de Identidad es algo… “complejo”, uno cree que el interlocutor se va a escandalizarse. Y además con una mujer quizás pueda dar más corte, pensando que va alucinar con la promiscuidad con la que los homosexuales viven…
Fue una conversación tranquila, comprensiva y con ausencia total de juiciosy eso que mis vivencias son muy intensas; lugares, ambientes y personas. Fundamentalmente se trataba de darme a conocer. Fui salvajemente sincero, uno ya no está para perder el tiempo o hacerlo perder. Si no has tenido pudor para algunas acciones en tu vida, menos ahora para contarlas. Elena me fue preguntando cosas de mi vida personal y familiar. Como viví todo esto, cómo lo fui integrando en mi vida y en mis sentimientos. Me percaté de que sabía dónde tenía que ir, qué tenía que conocer. Igual que el médico sabe donde abrir, qué ver y dónde reparar en la herida que te hace daño.
Al día siguiente me envío un cuestionario bastante completo y algo duro de rellenar. Tocaba temas de mi infancia, de mis relaciones con mis padres, de mi vida afectiva y sexual.
Me llevó casi tres días para sacar muchas cosas de mi vida y de mi intimidad a la luz. Fue como echar alcohol en las heridas que uno cree que ya estaban cicatrizadas. Descubrí que no están cerradas, que siguen latentes o falsamente cerradas, heridas que me perjudican sin darte cuenta.
Plasmarlo todo en un folio y leerlo fue todo un paso. Esto me ayudó a quitarle ese tabú que solemos ponernos en algunas facetas o acciones de nuestra vida. Pasé de ignorarlas a escribirlas, leerlas y además comunicarlas.
Reflexioné sobre mis relaciones familiares; mis abuelos, mis padres y mi relación con cada uno de ellos. Mi historial laboral, afectivo, sexual, como me veía a mí mismo, mis ideales y qué objetivo quería alcanzar en el proceso de Coaching.
Me di cuenta de que muchas de las cosas que eché de menos en mi infancia y adolescencia fueron carencias paternasmás que maternas. La presencia materna fue más intensa de lo que habitualmente suele ser un niño y además esto, se incrementó en mi adolescencia. No tuve casi ninguna conexión afectiva con mi padre. Siempre la anhelé, pero nunca llegó, aunque en los dos últimos años de vida de mi padre si hubo algo más. Mi padre fue prácticamente educado en un internado y eso se nota, uno no puede dar afectivamente lo que previamente no ha vivido.
En mi adolescencia tuve varios episodios de complejo de Edipo – aquel que quiere sustituir la figura del padre porque cree que uno cuidaría mejor de su madre. He de afirmar que mis padres tenían una relación normal con alguna que otra discusión, pero nada importante.
Quedó patente el fuerte vínculo con mi madre, el rol que mi madre me daba era el de ser su confidente o consolador afectivo.
Analizamos también mi personalidad y mi temperamento.Aunque no puedo definirme como hipersensible, si tengo más sensibilidad de lo común, gran capacidad de observación y muy buena memoria fotográfica. Esto me ha llevado ya desde pequeño, a darme cuenta de casi todo lo que me rodeaba, no sólo de los hechos sino sobre todo, de los sentimientos con los que los demás vivían los acontecimientos; sus sufrimientos, sus insuficiencias, todo me hacía implicarme, pero desde el silencio.
Pienso que sufría con más intensidad la ausencia afectiva o social de mi adolescencia. He tenido la suerte de ser muy positivo, vital y extrovertido y gracias a esto, he superado fácilmente problemas y sufrimientos a lo largo de mis cuatro décadas. ¡No todo iban a ser hándicaps… también vengo con comodines!
Profundizamos también en la relación con los demás en el colegio. Reconozco que esta etapa de mi vida siempre ha sido sumamente dolorosa y nada agradable de recordar. Hasta los catorce no tuve problemas con mis compañeros, pero cuando comenzó la pubertad todo se complicó. Hubo un grupo que me miraba y apuntaba desde la distancia por ser rarito o distinto de los demás. No sé si por ser más sensible, por ser algo amanerado o más inmaduro, nunca lo he sabido. Así que me encerré en mi grupo de amigos y en mi equipo de balonmano del colegio (era muy bueno) y esto me ayudó a ir superando esos desprecios.
Recuerdo las primeras veces que estuve con chicos desnudos en los vestuarios. Pienso que todos en esa edad y en esa situación sentíamos curiosidad-morbo. Para la mayoría no es más que una fase de descubrimiento sexual y no le dan más importancia, enseguida pasan a fijarse en las chicas. Pero para unos pocos como yo,esta situación transitoria se queda congelada, estancada. A los 17 años -con las hormonas a 500% – se echa el ancla y no dejas que de forma natural pases a la fase de fijarte en sexo opuesto. Creo que este fue mi caso porque, aunque salía con mis amigos a discotecas y conocía chicas, yo me sentía más seguro y más a gusto con mis amigos. No es que fuese tímido, al contrario, bailaba con las chicas y tenía buena conversación, pero…algo me paraba y no iba a más.
Yo no era de los que frecuentaban la zona de sofás con poca luz en las discotecas, sino más bien era el rey de la pista y de la barra. Por algún motivo no sabía qué hacer con una chica. Ahora entiendo que no era nada relativo al sexo sino a mi falta de madurez y a que mis intereses estaban en otras cosas.
Salí con algunas chicas a los 18 años y estuvo bien, pero sé que forcé las situaciones para vivir la experiencia que todos vivían y así sentirme como los demás.
Ahora bien, yo tuve suerte de que nadie viniese a decirme que mi atracción por los chicos estaba bien y que debía trabajar en este sentido, aceptándome y desarrollando estos sentimientos afectivos/sexuales. Cada vez hay más personajes que aparecen en los colegios; no ayudan al adolescente a encontrar su verdad, no les enseñan a enfrentarse con los orígenes de la atracción al mismo sexo que puedan experimentar. En vez de decirles que trabajen en si mismo, en darles las herramientas para que puedan descubrir su masculinidad, les invitan a dejarse llevar por lo que les apetece y sienten. Así que optan por afirmarse en esos sentimientos homosexuales, sin más.
Estamos claramente en la época de dulcificar la vida de los jóvenes quitándoles cualquier exigencia, trabajo o esfuerzo para alcanzar objetivos: regalándoles los oídos.
En eso creo que fui exigente conmigo mismo y no dejé que ninguna lectura, slogan o comentarios del ambiente se metiera en mi mente sin más. Siempre exigí y busqué saber más allá de lo que me decían; tenía una sana curiosidad.