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Unos meses antes de conocer a Elena me había leído el libro de Richard Cohen «Comprender y sanar la homosexualidad». Siempre tuve algunos miedos hacia ciertas cosas que decía en este libro y una de ellas es la parte en la que habla de los mentores.
¿Y por qué tenía miedo?
Pues claramente porque en algún momento sabía que no iba a poder hacer este proceso sola, no íbamos a poder ser sólo Elena y yo y, se iba a descubrir el “pastel”.
Si lees el libro de Richard Cohen, verás que la parte de buscar un mentor él lo llama: La restauración del amor.
Para alguien como yo que crecí sin una buena vinculación con mi madre, en quien las percepciones juegan malas pasadas, en quien la autoestima no era del todo sana, en quien el contacto físico con las mujeres es mitad excitante y mitad doloroso; la mentora era y es esencial.
Me llevó cierto tiempo ver quién podría ser mi mentora. Consideré contárselo a alguna amiga pocos años mayor que yo, para que ella fuese mi mentora. Pensaba en mujeres que me consolasen y en las que existía un poco de obsesión, lógicamente esto no era muy buena idea. Comprendí que mi mentora tenía que estar fuera del “área de riesgo” en lo referente a mi atracción.
Elena fue insistente en el tema de encontrar una mentora. Yo intentaba no tocar ese tema en las sesiones, pero a partir del tercer mes era palpable que lo necesitaba. Le dije que conocía a una mujer idónea para que fuese mi mentora. Aunque era una persona cercana en mi vida, me doblaba la edad por lo que yo no corría el riesgo de que me atrajese. La conocía desde hacía más de 5 años, estaba casada era madre de 4 hijos, era discreta y comprensiva, yo ya le había pedido consejo anteriormente. Me sentía muy valorada por ella y nos teníamos un cariño sano.
Era la persona idónea. Así que le mentí a Elena, le dije que ya se lo había dicho y que ya tenía mentora.
El problema es que yo estaba convencida de que en el momento en que le contase a «mi mentora» sobre mi atracción hacia las mujeres, dejaría de verme a mí tal cual soy y, me pondría la “etiqueta” que a veces parece que representamos “lesbiana”.
Las mentiras no solucionan nada
Hubo un gran “atasco” en el proceso porque yo no daba ese paso. Por algo es importante confiar en tu coach/terapeuta, ella sabe qué pasos te viene bien dar en cada momento.
Finalmente, decidí armarme de valor y buscar a esta mujer para que fuera mi mentora. ¡Me costó tres meses dar ese paso!
No te voy a mentir, para mí no fue fácil dar ese paso, pero encontré una profunda comprensión por su parte. No hizo preguntas, estaba totalmente abierta a escucharme y solo escuchar, lo que yo estuviese dispuesta a contarle. Imagínate lo que es llevar un gran peso en tu corazón y sentir como se afloja, la tensión desaparece y hay paz en tu vida. Es una sensación maravillosa.
La verdad nos hace libres.
Para mí fue un gran paso hablar de mi atracción con una mujer (¡que no fuese mi Coach, claro!). A big step!
En mi mentora he encontrado un amor maternal que me sana. No hay erotización en nuestra relación, puedo llorar con ella cuando las cosas me cuestan, solamente saber que “está ahí” para mí es más que suficiente.
También he recibido muchas frases de afirmación por su parte que me han ayudado mucho para crecer en mi autoestima. Un sencillo “te quiero” me cambia un día.
Mi mentora no es una experta en sexualidad ni muchísimo menos, pero sí, ha empezado a leer varios libros sobre mi tema. Se implica conmigo y poco a poco voy recorriendo mi camino, reconstruyendo mi identidad perdida.