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Tengo el gusto de presentaros a Mónica, una mujer consagrada a Dios que ha sido testigo de un cambio profundo en su vida; recuperar su verdadera identidad.
No hablamos de una persona que decide vivir en castidad porque sienta atracción por personas de su mismo sexo, hablamos de una mujer que sabe que tiene vocación a Dios, pero a la vez siente atracción por personas de su mismo sexo.Mónica decide recorrer un camino y vivir su amor consagrado a Dios en pureza, fidelidad y libertad.
SOLO UN ABRAZO
En estos instantes, con la plena facultad de mi libertad, te abro el corazón. En estas líneas encontrarás la lucha de un ser humano, de una mujer consagrada a Dios, que desde el fondo de su espíritu se revela ante la moda ideológica de nuestro tiempo.
Esta ideología que, a través del marketing, las políticas y junto al bullicio de los medios de comunicación se empeñan en no dejarnos encontrar y conectar con nuestra verdadera identidad, con “la niña que vive en nuestro interior”. Es por ello, por lo que quiero compartir contigo mi historia.
Con toda verdad citaré esta frase de la terapeuta Janelle Hallman: “Las cicatrices nos muestran donde estuvimos, pero no dónde estaremos” … y así es.
Experimenté, viví la atracción hacia personas de mi mismo sexo y, me convencí a mi misma de que era lesbiana; tuve diferentes experiencias, emociones que no supe cómo gestionar y que arrebataban mi propia identidad, terminando como consecuencia, en amistades “sexualizadas” y dependientes con mujeres, con celos y demás.
Es verdad que los hombres siempre me atrajeron, pero algo en mí no me permitía conectar del todo con ellos.
El resultado de todas estas experiencias era vivir con sensación de vacío y dolor, donde la principal ruptura estaba dentro de mi, en mi identidad, en mi ser de mujer. Mi dolor no era solo por mi. Hice daño a las mujeres con las que estuve, nos convertíamos en objetos y sin darnos cuenta tratábamos de aliviar o de justificarlo, ahora se que todo eso se confundía con afectos que terminaban “sexualizados”. Debo decir que este no era el problema, el problema estaba en lo profundo: en el Yo Interior.
Por mi propia experiencia hago hincapié en el hecho de que, no pocas veces se desemboca en una “confusión sexual”, por querer experimentar o por la presión social que podemos estar viviendo, especialmente a través de los medios y redes sociales que nos incitan a probar “sensaciones nuevas” y que, en muchos casos atraviesan incluso los muros de los conventos.
Algunos profesionales que consulté e incluso eclesiásticos daban por hecho que yo era lesbiana y que, por ello, lo único que me quedaba era vivir en castidad y la posible renuncia a mi consagración a Dios, ya que la vida de comunidad no era conveniente para mí…. Pero Dios, al que la “modernidad” pretende borrar de la realidad y de la historia, me mostró en su Providencia otra cosa.
Si quería encontrar la causa de esta confusión que yo no sabía como manejar ni enfrentar, El si supo cómo hacerlo, estaba en mis manos. Puso en mi camino el Coaching de Identidad con Elena Lorenzo.
El recorrido empezaba en mi propia humanidad; yo ni era lesbiana, ni estaba enferma, ni impedida para compartir y vivir la convivencia con mujeres, no tampoco era yo un peligro para las mujeres con las que vivía ni para mi misma. Solamente tenía que descubrir las causas que me llevaron a esta confusión y sanar la ruptura de mi identidad. Este proceso exigió una total honestidad y compromiso conmigo misma, no valía la pena esconder nada, estaba en juego mi vida y mi verdad, y no menos importante fue la confianza que me brindó mi coach Elena.
Ella llegó a un diagnóstico claro, que se convertiría en la clave del éxito de mi proceso.
En el camino que recorrimos, a través de diferentes herramientas, por ejemplo, el encuentro con mi niña interior, recuperé vivencias que había olvidado o bloqueado. Por supuesto no fue fácil, lloré y sufrí… muchas veces, pero nada más sanador y liberador que mirar a los ojos de la verdad.
Os cuento un poco. A los pocos meses de nacer fui separada de mi madre, esto me llevó a comprender por qué yo sentía esa necesidad de ser abrazada por una mujer y fue como si se cayera un muro frente a mis ojos; yo no era lesbiana por ello, tampoco podía culpar a nadie, pero al comprender el motivo de ese deseo, que a veces brotaba dentro de mí. La sanación empezó a aflorar.
Lo más natural es que todo niño sea abrazado por su madre, pero el entender ahora, revivir ciertas experiencias, pude entenderme a mi misma sin hacerme más daño…
Pero no todo acabó ahí, durante mi infancia a diferente edad, dos hombres me atacaron, y un tercero lo intentó, pero pude escapar; estas experiencias hicieron mella en mi, es como si hubiese trastocado o quebrado mi autoestima o violado mi feminidad. Dentro de mí no había rencor, pero desarrollé mucho temor y desconfianza hacia los hombres mayores. De alguna forma, sin darme cuenta me sentía perseguida o acechada, fue una idea que se quedó fija en mí e inconscientemente me hacía estar a la defensiva en mi socialización con ellos.
Me encantaban los deportes y de niña que te llamen “marimacho” por jugar al balón o a las canicas o jugar un poco menos que las demás a las muñecas, te rompe, te hace daño y por lo menos en mí fue así…
Durante mi adolescencia y edad adulta no tuve especiales problemas en desarrollar amistades profundas con hombres y mujeres. En el caso de los hombres por lo que ya describí, los tenía bloqueados inconscientemente, no quería que me viesen débil e indefensa, me atraían y de hecho correspondí en varias ocasiones, pero no fue más allá de un sencillo noviazgo.
Con respecto a las mujeres, cuando me involucré sexualmente, no fue buscando sexo en si mismo, si no afectos y cariño “desordenado” esto fue lo que terminó “sexualizándose”.
Mi padre siempre fue muy cariñoso conmigo, pero nunca estábamos de acuerdo con nada, tampoco me acompañaba en mis éxitos, realmente no pude conectar o establecer un vínculo profundo con él. Durante el proceso comprendí que, como padre hizo lo mejor que pudo para cuidarme, él no era culpable de lo que yo había vivido. Incluso los hombres que me lastimaron podrían tener una historia de dolor y ruptura más difícil que la mía. A lo largo del trabajo que realizamos logré abrirme, disfrutar y dejarme abrigar por el amor de mi padre.
Lo que más agradezco a Dios y a la vida es la oportunidad de haber encontrado a alguien, con la capacidad de escucharme y acompañarme en el precioso viaje hacia mi “yo interior”. Esto me permitió restaurar mi identidad y redescubrir la belleza de todo mi ser femenino y la grandeza de ser mujer, sin creerme lo que hoy en día nos repiten sin parar.
¿Por qué no trabajar las heridas afectivas y ser quien eres, en vez de “aceptar” el resultado de estas heridas de por vida?
El coaching de identidad fue para mí el proceso que restauró mis heridas emocionales y afectivas; logré escuchar, amar y comprender a “la niña” que hay en mí dejando de culparme por lo que sentía; perdonarme y perdonar. Todo ello me ha permitido vivir con libertad y ser la mujer que soy, con una vida plena y auténtica.