Share This Article
Hola a todos. Me llamo Álvaro, soy un chico de 16 años que vive en España, a pesar de no haber nacido aquí. Siendo muy pequeño, con apenas 3 años tuve que venirme.
Soy alguien bastante extrovertido, al que le gusta relacionarse con gente y probar cosas nuevas, pero, paradójicamente, también me asustan bastante los retos y las nuevas experiencias, por eso ha sido todo un logro que decidiese comenzar con el Coaching de Identidad.
Para poneros en situación, tenéis que saber que antes de comenzar toda esta “aventura”, porque al final es una aventura en la que te acabas descubriendo a ti mismo, el sentimiento de ser diferente a causa de la atracción que sentía hacia chicos era una de las cosas que más me preocupaban. Mucha gente dice que los jóvenes no tenemos problemas serios, pero siento decir que no es cierto. De hecho, es ahora, en la adolescencia cuando se empiezan a labrar esos grandes problemas.
Llevo seis meses acudiendo a sesiones de Coaching de Identidad y he de decir que es un alivio poder hablar con alguien abiertamente y sin temor a ser juzgado y expresar lo que realmente sientes.
Al principio en mi periodo de colegio no puedo decir que me sintiera «gay», mi esfuerzo se concentraba únicamente en sobresalir en clase. Ya en el instituto fue cuando empecé a notar que no era tan varonil como el resto, sin ser afeminado… pero era mucho más sensible a todo.
Cuando realmente empecé a notar atracción hacia los chicos, me asusté mucho sinceramente.
No quería ser diferente, pero por otra parte siempre oía que no pasaba nada y que era normal, así que decidí probar y di el paso; tuve relaciones (bueno, a ver, técnicamente no fueron relaciones muy íntimas, pero algo hubo). No os voy a mentir, me gustó, pero algo me decía que estaba mal y me sentía vacío.
Ahí comenzó una espiral interminable sobre si estaba bien o no, no me aclaraba…esto me llevo a una profunda depresión.
Traté de apartarme un poco de todo lo que me relacionaba y me recordaba esta atracción. Reprimía mis sentimientos hasta que, como una olla exprés, todo me saltó en la cara y esta vez, peor que antes.
Me empecé a fijar en un chico que realmente me atraía del instituto y fue entonces cuando, sin saber muy bien por qué, pero con la necesidad de tener a alguien que me ayudara a manejar todo lo que sentía, me puse a buscar y encontré a Elena, contacté con ella.
Me encantaría decir que ha sido un trabajo fácil y que todo es de color de rosa pero os estaría mintiendo, esta atracción no desaparece de un día para otro, además, las raíces son muy profundas y mecanizamos métodos de escape de la realidad como la pornografía o la masturbación, que son obstáculos que realmente hay que superar y no es nada fácil, pero sí, posible.
Os cuento sobre mi y sobre mi familia para que comprendáis el entorno que me rodea un poco mejor. Cuando nací, no tenía padre ya que mis padres decidieron separarse (nota del autor: no sé cómo explicar que no estaban casados, pero se separaron)así que crecí con mi madre.
Mi madre, al ser bastante joven, fue a vivir con mi abuela y mi tía, por lo que hasta los tres años estuve rodeado de un ambiente femenino. Como sabéis, hasta los tres años es cuando los hombres nos desprendemos de la madre y empezamos a formar nuestra identidad masculina… mirando al padre y aprendiendo de él y claro, al no tener yo ese referente, acabé integrándome en el mundo de las mujeres como si fuera el mío propio, como si esa fuese mi identidad.
A los tres años, mi madre se casó con el que es ahora mi padre, no biológico, pero casi. Obviamente para mí, mi padre era un extraño y nunca tuve una relación demasiado estrecha con él. Si a esto le añadimos el hecho de que él trabajaba la mayor parte del día, podríamos decir que apenas nos relacionábamos, por lo que seguía sin un referente masculino claro.
Ya en la adolescencia, no me llevaba muy bien con él porque nunca lo conocí realmente y chocábamos frecuentemente. Una parte de este proceso de coaching ha sido empezar una relación padre-hijo verdadera con él y, para ser sincero, no es tan difícil, simplemente hay que ponerle voluntad y algún que otro aprendizaje.
Esto me ha dado una visión clara del problema del que partía y de dónde nacía mi atracción por los chicos. La verdad es que fue un verdadero alivio, porque poner nombre a lo que vives y a lo que te enfrentas, hace que ya no sea algo difuso contra lo que luchar, si no que colocas piezas de un rompecabezas y sabes cómo y por dónde empezar para acabar resolviendo ese puzzle.
Como he dicho, este proceso de coaching es una aventura que merece la pena vivir.